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Yolanda

La lámpara del salón desprendía una luz tenue, que a su vez proyectaba en la pared la desarreglada silueta de aquella que algún día fue “alguien”. Su cabello lucía un cardado natural debido al descuido, se pudría en aquel anticuado sofá dejando que el alcohol zascandilease libremente por sus venas. Una bata descolorida era lo único que tapaba su cuerpo marchito, viejos vinilos de Tom Waits le recordaban lo patética y lamentable que había sido su vida, ya no daba cuentas a lágrimas ni a bonitos recuerdo, estos estaban enterrados en lo más profundo de su ser, pero para que engañarnos, alguna vez eran desempolvados y la amargura se esfumaba por sus poros, dejando el ambiente impregnado de unos densos aires de adversidad.

Tras cuatro años de arte dramático, infinidad de cursos de interpretación y algunos papeles en obras sin importancia que nadie iba a ver, el único trabajo importante que había conseguido fue el de azafata del tele cupón en mil novecientos noventa y uno, después de que las putas máquinas ocuparan el lugar de por entonces sus bonitas piernas, hasta ahora había sido una fracasada, ya no le llovían ofertas del cielo, ni tan si quiera para la mas tediosa de las obras o algún papelucho de tercera en cualquier manida serie de televisión. Ese había sido su única gloria como estrella.

Ahora solo quedaba estrangular los llantos a base de ginebra barata, no quedaban fuerzas para nada, llevaba mas de diez años sin trabajar, Yolanda venía de una buena familia, pero el deterioro de su ser le había hecho perder el contacto con cualquiera de ellos, vivía de la herencia que hace algún tiempo dejó el tío Ricardo.

El reloj de cuco anunciaba que eran las nueve de la noche, una vez más, Yolanda quería destrozar lo que quedaba de día poniendo el sorteo de la semana.

Varios operadores de cámara filmaban como una bolita salía de un casillero, que al extremo de la vía metálica por la que descendía chocaba contra un tope y la voz del presentador repetía el número que marcaba la pelota.

Aquel vaso ancho que sujetaba con su temblorosa mano derecha, no tardó en estrellarse contra la pantalla.

-¡¿Por qué maldito hijo de puta?! ¡¿Por qué me haces esto?!

Dos grandes lágrimas descolgaban de sus amarillentos ojos, se ponía en pie y maldecía a la nueva generación y a las nuevas tecnologías. Agarró la botella de ginebra, y desplumó lo que quedaba de un sorbo. Toda una vida de esfuerzos para esto…

La moqueta la miraba extrañada diciéndole-¿Por qué te haces esto todas las noches?, deberías aceptar tu derrota de una vez maldita vieja.

-Que sabrás tu, si solo sirves para que te pisen, al fin al cabo no nos diferenciamos tanto…

La moqueta aceptó su derrota y cerró el pico.

Algunos llantos ascendían clavando sus uñas en las paredes de su garganta, tenía la mirada descompuesta, sin pensarlo, lanzó la botella contra el vetusto reloj de cuco que papá le regaló cuando se instaló en el piso, y salió corriendo con los brazos en cruz contra la ventana. Los cristales de esta se rompieron violentamente con su envestida.

Saltando desde un ático puso fin a su carrera, convirtiéndose en lo que realmente era, una estrella estrellada.

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